miércoles, 8 de mayo de 2013

Alrededor del fútbol y los mundiales, LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA

 Zyanya Mariana

 

 


 

Alrededor del fútbol y los mundiales*

(Esta nota fue publicada originalmente en la Sección Internacional del periódico Reforma, en Junio de 1998)

 

 

El fútbol, en su origen, como comer y beber está vinculado a lo sagrado y a lo político.  El juego de pelota simboliza la lucha contra las fuerzas hostiles, tanto naturales y humanas.  En el México precolombino, la pelota encarnaba el viaje del sol que culminaba con la noche y la muerte.  En la Grecia clásica los juegos públicos (las Olimpiadas) recordaban los intereses comunes y común origen de una comunidad; los distinguían de los bárbaros (todos los que no eran griegos) y silenciaban, por un tiempo por lo menos, las rivalidades y los odios entre ciudades, hermanos y primos.  Treguas que sólo el fútbol y ciertos jugadores han logrado en la actualidad, por ejemplo Pelé, quien detuvo hora y media la guerra de Nigeria y Biafra. 

            A pesar del milagroso y rítmico fútbol latinoamericano, el juego de pelota tiene orígenes, fundamentalmente europeos y cristianos.  Proviene de tradiciones celtas, donde el héroe principal, deportista y guerrero, se inicia en los rituales mágicos a través de los juegos.  Con la llegada del mesías, lo sobrenatural domesticado por los druidas, se convierte en las inalcanzables fuerzas del Bien y del Mal, Dios y el Diablo disputando la creación, metáfora del mundo según los cristianos.  En efecto durante la Edad Media, los monjes británicos evangelizan ciertas festividades celtas y juegos paganos.  El cuadrado de la fertilidad se convierte en el campo de batalla; el círculo celestial en un globo de hule; los once jugadores evocan a los doce apóstoles menos Judas, el traidor, y el padre de la iglesia conserva su atributo de juez e intermediario, huelga decir que los árbitros, vestidos de negro, fueron hasta el 62 exclusivamente europeos.  Siglos más tarde, en tiempos de la reina Victoria el fútbol se convirtió en una virtud aristocrática e imperialista. 

            Con los navíos de su majestad desembarcaron, en las costas americanas, los ferrocarriles, los préstamos de la Banca, las inversiones, la doctrina del libre comercio y la pelota.  El Bien ya no era Dios sino el progreso y el Mal todo aquello que fuera diferente al imperio, todo lo que no se pareciera al mundo tecnológico del hombre blanco.  Como ninguna otra importación, el mito de los once se adaptó a las naciones latinoamericanas recientemente independizadas y arraigó, como el evangelio, en la población más ferviente: las clases bajas.  La nueva sangre revitalizó el balompié sazonado con milongas y bailes de esclavos venidos de África. 

            En realidad las 16 copas mundiales han sido disputas entre europeos y su apéndice ideológica --más uno que otro despistado recientemente independizado (de Inglaterra o de Francia) o con recursos petroleros--, porque ningún continente, como América, ha privilegiado su filiación europea de manera incontestable, olvidando todo aquello que no es “latino” en la realidad del Nuevo Mundo.  Nuestros jugadores sueñan y amenazan con ingresar al reino de la Santa Sede y Meca futbolística: Italia, que a pesar de los escándalos judiciales, conserva el fútbol entre las diez industrias más productivas del país. 

            Desde la época de Maquiavelo se jugaba en Florencia el calcio, pero fue con Musolini cuando se convirtió en Razón de Estado: “Vencer o morir”, indicaban sus telegramas.  En dos mundiales el Duce obtuvo la victoria, en 34 y 38 vistió al equipo con camisas negras, el pueblo festejaba; sólo la prensa, en pleno ascenso del totalitarismo y las “legítimas” ocupaciones de la raza aria, dedicó sus líneas a los mejores jugadores: Leônidas y Domingos da Guia, dos brasileños nietos de esclavos y al goleador Zsengeller originario de Hungría tierra de gitanos.  En ese último Mundial, antes de la Guerra, participaron como siempre Europa y América; Egipto, sólo, representaba el resto del mundo.  Protectorado inglés desde 1914, el reino de los faraones anunciaba, con la pelota, su independencia, algo parecido ocurrió con Zaire en 1971 .  Por el contrario, el ingreso de Turquía al Mundial del 54, fue como premio de consolación por su imperio desmantelado; lo mismo le sucedió a Corea del Sur, recientemente dividida por las potencias. 

            La FIFA, Federación Internacional de Fútbol Asociado, decide el destino de los equipos, siempre bajo la imparcialidad de los jueces y méritos de los equipos.  Por eso Alemania, excomulgada un Mundial, convirtió en 54, el gol de Rahn en símbolo de resurrección nacional, hecho recuperado en la película el matrimonio de María Braun, de Fassbinder.  Por eso también, Argelia y Marruecos fueron desafiliados de la asociación --los marroquíes tendrán que esperar el Mundial de México 70, y Argelia cuatro años más para entrar a la clasificación--, por atreverse a pedir sus respectivas independencias a Francia

            Los mundiales reflejan el status quo internacional, el “Concierto de las Naciones” dirigido por la corona británica a lo largo del siglo XIX cede su puesto a Washington después de la Guerra.  El deporte imperialista muda: los marines imponen orden en el Caribe con fusiles y bates beisboleros.  América para los americanos, béisbol para las zonas ocupadas o liberadas. 

            Empero se mueve, y el fútbol permanece.  En 1950 en Brasil, el equipo inglés, por primera vez participante de un mundial, fue eliminado por el gol de un haitiano del equipo estadounidense.  No obstante; los campeonatos internacionales de los once, van más allá de una rivalidad entre potencias, o un proceso de aparente independencia de las naciones no cristianas.  A partir del 78 los países musulmanes adquieren un lugar en el mundo.  Se les perdona su obediencia al profeta de Alá porque guardan en sus territorios el oro negro. El primer país petrolero invitado fue Irán, los ingleses apoyan al Chàh Muhammad Reza, quien había firmado acuerdos petroleros conforme a los intereses de las compañías extranjeras.  Un año más tarde el líder occidentalista caía frente al Ayatollah Khomeiny.  Abandonadas las relaciones con Irán, Kuwait participa en el 82; Irak y Argelia en el 86; los Emiratos Árabes en el 90; Arabia Saudita en el 94 y repite en el 98 junto a Irán quien se enfrenta a los Estados Unidos en el llamado “partido de la paz”.  Después de todo, ella, la pelotita y el gol son mucho más que un deporte que provoca divorcios y enviuda a las mujeres.

 

Zyanya Mariana

Junio de 1998, REFORMA, Sección Internacional



VIERNES 19 DE JUNIO DE 1998


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