martes, 22 de mayo de 2018

Cine: La vida de los otros

La vida de los otros
Florian Henckel-donnersmarck
Alemania 2006 
Revista Siempre, 2007





“Los seres humanos no cambian” afirman los pesimistas, mientras que Florian Henckel en su primer largometraje cuenta la historia de Gerd Wiesler (Ulrich Mühe), un policía de la STASSI que cambió. Cada escena, más teatral que fílmica, es un homenaje a Brecht: a veces pequeño, un libro de poesía; a veces descarado pues Wiesler no es otro que el señor Keuner (personaje brechtiano por excelencia), típico hombre sin atributos, producto del siglo XX, sitiado por la esterilidad burocrática. Gris, honrado y riguroso, su trabajo inquisitorial se limita a extirpar la verdad y dividir el mundo entre inocentes y culpables. De repente el estreno de una obra de teatro y la misión de espiar al dramaturgo Georg Dreyman (Sebastián Koch), y su compañera, la actriz Christa María Sieland   (Martina Gedeck) harán tambalear su mundo.

Desde el ático azulado y frío escucha la vida de la pareja. Está acostumbrado, suele juzgar la vida de los otros (generalmente los quejumbrosos de todas las sociedades: religiosos, activistas sociales y artistas) con mecánicas y precisas notas; así descubre el único pecado del dramaturgo, amar y vivir con la mujer deseada por un alto funcionario, el ministro de Cultura. Más aún, la relación de pareja, la devoción al amigo en desgracia, una fiesta de cumpleaños, los amigos llenos de cálidos regalos inútiles, una corbata como lúdica prueba de amor y el quehacer íntimo de un escritor, que pasados los 40 le teme más al desamor que a la imposibilidad de escribir, se convierten en filos que calan su desolada vida. Él carece del feliz drama entre enamorados, de los celos y las ambigüedades, a lo mucho tiene derecho a unas cuantas horas de placer acordado previamente con la prostituta del aparato de seguridad.

A pesar de los filos, todo transcurre bajo cierta apacibilidad, Dreyman es un escritor leal al sistema, hasta que el suicidio de su gran amigo y director de escena lo sublevan: “La Stassi, la todopoderosa, la que sabe todo de todos; cuántos libros leo al año, cuántos calzones compro; desde 1977 ha dejado de cuantificar los suicidios, quizás porque también para ellos son demasiado dolorosos.” Así inicia, mutatis mutandis, el artículo publicado por el Spiegel, en la Alemania occidental, acerca de la vergonzosa cantidad de suicidios, sólo superados por Hungría, que ocurrían en una sociedad que se quería mejor. Un sistema que planteó, en su origen, la viabilidad del cambio a través de la consciencia y la utopía de un mundo mejor con hombres mejores. La moral histórica, sin embargo, ha separado al culpable del inocente con simplismo y en aras del bien público ha legitimado las mezquindades privadas. Wiesler lo testifica, quizás por eso decide intervenir, arriesgando su trabajo, y arranca de los brazos del Ministro de cultura a la actriz, Christa María, para regresarla a su amante. Curioso diálogo en un bar de barrio que revela la dualidad de un mismo argumento: puede utilizarse para construir (la escena de la actriz regresando a los brazos de su amante amado, o bien para la destrucción: “Piense en su público” repite Weisler, con otro tono de voz, en una habitación de tortura, y ella convencida delata al amante y obtiene la dosis de medicamentos que cree necesitar para su trabajo de artista. La amante acorralada entre el amor y la vocación (venderse por arte) traiciona; en cambio Weisler, el torturador, reacciona y salva al dramaturgo de un muy probable suicidio creativo según los manuales de la STASSI.

Hasta aquí la película de Florian Henckel, en oposición a la fábula de su compatriota Wolfgang Becker, Adiós a Lenin, que denuncia con pulcritud las formas represivas de la Alemania del este, sin embargo el epílogo de hermosa ambigüedad la transforma en un film que evidencia la condición humana y nos regresa al postulado de Brecht ¿cómo ser buenos en una sociedad mala? En efecto, a la caída del muro, los archivos ordenados de la STASSI se convierten en archivos tecnológicamente ordenadísimos de la Alemania occidental. ¡Es tan fácil pasar de víctima a victimario! Cualquiera los puede consultar y vengarse del torturador debidamente identificado. Eso hace Dreyman busca en los archivos al espía, seguramente artífice de su catástrofe amorosa y de su bloqueo intelectual. Necesita un chivo expiatorio, pero lo único que descubre es “el no hacer” del agente HGW XX 177, la libertad de elección de un hombre que sabía todo. Merece, como la mariposa en su metamorfosis, la sonata para un hombre bueno, curiosamente a disposición en la librería Carlos Marx. La vida de los otros, un botón más del buen cine alemán de los últimos tiempos.


Zyanya Mariana 
Revista Siempre, 2007
La vida de los otros
 Florian Henckel-donnersmarck
Alemania 2006 



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