lunes, 22 de enero de 2018

Cine: Suite Habana

SUITE HABANA, 
Fernando Pérez, 
Cuba, 2003
(de corte documental sin ser verdaderamente uno)
Revista Siempre, 2005
 








Una ciudad que despierta, una guardia que cambia de relevo, un Centro Habana que se va vaciando extrañamente sin sonido para iniciar las labores de trabajo.  La mañana se impone y con ella los gritos de mujeres en tubos, las máquinas, las guaguas pero la voz de los hombres permanece muda, insonora.  Es el principio de la película Suite Habana del director cubano Fernando Pérez.  Elocuente inicio de imágenes que esbozan la nimiedad del hombre frente al destino, frente al mundo y las enormes máquinas transformadoras del paisaje; incluso del paisaje habanero. Sin embargo las diez historias que se narran a lo largo del filme se van diluyendo y terminan por volverse melodrámaticas a pesar de la promesa inicial.
 


En realidad la película revela mucho del sentir cubano hoy.  Un aislamiento de casi medio siglo, altos niveles de educación y un discurso maniqueísta  (los malos están allá afuera) han forjado una identidad muy peculiar y poderosa (basta el milagro cultural para darse cuenta: el mayor número de escritores y de músicos en el continente para un pedacito de tierra).  Los cubanos, como cualquier otro pueblo incapaces de mirarse, se siente víctimas o héroes del mundo y el relato de los diez personajes lo confirma.  Son héroes de Centro Habana, el barrio de mayor negritud y densidad poblacional,  frente a la adversidad: como el zapatero de vestir impecable a la hora de la farándula o el blanquísimo enfermero trasvesti de lentejuela y zapatos rojos; como el payaso de fiestas infantiles que vive de la medicina o aquel saxofonista que de día funge como mecánico ferroviario; como la vendedora de manís  (la cacahuatera) que desesperanzado es su día como su noche.  

En la mayoría de los casos la doble vida enaltece la rutina laboral.  Esos hombres salidos de las ruinas, imágenes repetitivas del malecón golpeado por la marejada, se subliman al contacto de sus verdaderas pasiones artísticas: la actuación, el baile, la danza, la música o los lentes de John Lenon.  Sublimación que sólo es posible en un país pobre como Cuba porque los Olvidados, en otras latitudes, no pueden redimirse.  Buñuel, menos complaciente que el director cubano, hizo de su personaje con doble vida, estelarizada por Catherine Deneuve, una crítica a las pasiones del individualismo, un fatalismo de posguerra que perdurara a lo largo del siglo.  Bella de día más que un clásico fue una profecía.




 A esta viñeta de personajes dobles se añaden los dramas de época: el desamparo del viejo; el niño enfermo (con síndrome de Down), el conflicto del exilio (en Cuba cada cierto tiempo un ciudadano recibe “el bombo”, un fólder amarillo que contiene la posibilidad legal de salir del país y viajar a Miami.  Es el caso del personaje.) y, la propaganda como remanente de lo que un día fue lucha legítima y promesa.  Realidades políticas y sociales del mundo moderno, sin excluir países. 
            Lo leí, decíamos; hoy en cambio afirmamos: salió en la tele...  Huelga decir que la película en Cuba disfrutó del fenómeno de espejos que en México se dió con imágenes mucho menos poéticas como el Big Brother.  “Yo he vívido esto pero ahora que lo veo en la tele me doy cuenta que es real.”.  Curioso que en una sociedad menos mediatizada como la cubana el hecho se repita: la imagen vuelve las cosas suficientemente reales para la indignación o la apatía.
            Fernando Pérez logra un buena película de pinceladas poéticas y ciertas críticas con aires exquisitos pero, a diferencia del cineasta español,  prefiere el final fácil, de lagrimeo.  Una película, a pesar de todo, interesante.

Suite Habana

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