miércoles, 9 de abril de 2014

3.-Nuevas voces narrativas, Jaime Panqueva


REDADA DE RUTINA

JAIME PANQUEVA





Jaime Panqueva era un bogotano que había llegado a México siguiendo a su amor. Me parecía admirable,  había intercambiado con su esposa, quizás empujados por las circunstancias, los roles impuestos por la sociedad los últimos 2500 años; él criaba, ella proveía. Se dice fácil, no creo que lo sea tanto.
De hecho yo lo conocí vestido de padre, yo iba de madre, llevábamos de la mano a nuestras hijas. Las todavía bebés tenían menos de dos años y habían nacido, curiosamente, el mismo mes. En ese entonces no sólo compartíamos las fiestas infantiles y los juegos de la plaza sino el laborioso oficio de la crianza; ese que mezcla los haceres de chófer, nana, cocinera, cuidadora, maestra, tutor, cuenta cuentos...) en una sóla persona. Además nos unía el gusanito de las letras; escribíamos y nos gustaba leer.
Entre niños y sonrisas los días y oficios se fueron tejiendo plácidos hasta que un día Jaime llegó con la buena nueva: Su manuscrito "Tribulaciones de chinos en Indias" había ganado el premio Bellas Artes, Juan Rulfo Primera Novela. Después del premio siguieron otros libros, publicaciones y varias  mudanzas.  Dejó el DF y se fue a Veracruz siguiendo, otra vez, a su amor mexicano; dos años después se trasladaron al bajío.  Hoy radica en Irapuato y además de escribir y criar, es un excelente promotor cultural. La prueba más reciente: la agenda cultural irapuatense.  Sin más los dejo con Jaime Panqueva...*  
    




REDADA DE RUTINA


Fue una redada de rutina, como todas las que hacíamos por aquellas fechas, cuando atrapar un pez gordo se había vuelto el centro de nuestras  vidas. Había que agarrarlo para mantener la chamba, aunque a los jefes se les llenaba la boca diciendo que lo haríamos por el honor de nuestra institución, y, contagiados por toda la palabrería política de ese entonces, (que la verdad no ha variado hasta la fecha) incluso mencionaban el bienestar de la población del país. A la sazón, yo la hacía de cabo y trabajaba con el escuadrón que comandaba el teniente T, que ahora anda ya de coronel o algo parecido. Fue entonces cuando conocí a Manrique y sin saberlo fui decidiendo, en la medida que atestigüé su aguda capacidad de observación y bien desarrolladas aptitudes deductivas, salirme de la corporación e intentar suerte en esto de la investigación privada, donde correr riesgos por lo general redunda en bolsillos bien cargados de dinero. Aquella tarde, el teniente T llegó a la barraca donde nos amontonábamos los grupos de búsqueda con la orden de vestirnos con el equipo de choque; estaba a la espera de una información que exigiría un despliegue inmediato. Como sucedía siempre con este tipo de urgencias no fue hasta bien entrada la noche que nos sacaron, primero porque deseaban verificar la veracidad de las fuentes (para mí que estaban negociando la operación), y después porque no llegaban los transportes para llevarnos al lugar de despliegue, (señal de que el pez gordo ya andaba bien lejos). 
Yo me subí en uno de los blindados que despedazaron las puertas de la mansión y llegaron hasta la ruta de entrada haciendo un vergonzoso zigzag entre la vereda asfaltada y los jardines de pasto canadiense donde pacían por igual pavos reales, chigüiros venezolanos y canguros albinos, hasta estrellarse contra la fuente de mármol italiano que decoraba el vestíbulo del edificio principal. Debo aquí recalcar que sólo irrumpimos hasta bien entrada la mañana del día siguiente, cuando ya llevaba un buen rato apagado el barullo del fiestón. Toda la noche la pasamos aparcados a unas cuadras donde escuchábamos la música, los cohetes y disparos de celebración. Gracias a los centinelas que campaneaban cerca de la entrada nos enteramos de la calidad de intérpretes que tocaron, porque una vez terminada su participación salían por la puerta principal y allí, los que andaban de civiles, hasta consiguieron fotografiarse con ellos. Pensaba que ya nos regresaban al cuartel cuando recibimos la orden de subir a la tanqueta y estar a las vivas. Perdí una lana porque acababa de apostarle a Vélez que no habría acción. Para mí que ése sabía algo. 
Si me preguntaran si todas las operaciones salían así, debería decir que no. Por lo general todo está pactado y arreglado antes de entrar, pero hasta el apuro y la improvisación se notaron con la aterrizada de los helicópteros. Al salir del blindado, a través de los ventanales pudimos ver cómo las aspas de los aparatos rebanaban pavo real de lindo, y en medio de la lluvia de plumas y sangre los animales que devoraban las sobras del banquete salieron en estampida. Por la prisa, varios cayeron en la piscina monumental y al rato se ahogaron. Esto, como es lógico, no salió en los diarios porque para entonces ya nos habían hecho rescatar los cadáveres y desmantelar algunos juguetes para los jefes. Desde tiempos inmemoriales el saqueo ha sido un privilegio de los vencedores. 
En esa ocasión se disparó poco porque hasta los guardias estaban demasiado borrachos o drogados y se rindieron tras un par de ráfagas. Luego nos dedicamos a peinar los salones y cuartos para detener a la gente escondida o dormida. De un cuarto que parecía un harem oriental, con fuente al centro y cuartos de vapor alrededor saqué un grupo de viejas buenísimas que estaban reunidas en torno a su alcahueta. Aunque aquel trabajo te exigía estar días enteros sin dormir, no puedo negar que brindaba sus estímulos; llevar a las hembras a empellones, toque aquí y allá, hasta el hall central compensó muy bien la desvelada. Las agrupé con unas cuarenta personas más para identificarlas. Allí fue cuando llegó Manrique, que trabajaba con la DEA y había comandado un cinturón alrededor de nuestro operativo para evitar, como sucedía cada vez que actuábamos, que alguno se escapara. Finito, moreno, con más pinta de veraneante que de detective, lucía mejor los tenis Reebok negros que las botas de militar. Manrique le daba instrucciones por lo bajito al teniente T, sin perder detalle de cuántos y de dónde iban llegando los capturados. Le presenté a mi grupo de bellezas, todas semidesnudas a excepción de la doña. “¿Las manoseó al traerlas para acá?” Mi silencio fue suficiente respuesta. “¿Le dijeron algo?” No, nada, ni se quejaron, le respondí. “¿La señora de traje estaba en el mismo cuarto con ellas?”. Sí. “Señora”, le dijo alzando la voz a la alcahueta, “hágame el favor de ir a la cocina a preparar café para todos”. En ese momento, entre el grupo de detenidos dos mujeres gordas, que trabajaban en la cocina se ofrecieron para hacerlo. Manrique dudó por un instante y luego las mandó a callar. Con la mirada nos dijo a Vélez y a mí que la escoltáramos. 
La doña era torpe, lenta, casi no encuentra el café, y no pronunciaba palabra, como si eso le confiriera un aire de distinción. De formas rotundas, hombros fuertes y nalgas firmes, que pude calar en un par de arrimones que le di en la cocina, y cuando cargó con dificultad la charola con las tazas y la jarra térmica de vuelta al hall. Al llegar con el resto del grupo estaba a punto de armarse la marranera. El general F había llegado por sorpresa y daba gritos a Manrique y al teniente T, que parecía a punto de desmayarse. Manrique, molesto pero sereno le aclaraba que su información de inteligencia era la mejor y que entre aquella gente se encontraba “El Guán”, líder del cártel de La encrucijada, de quien nadie conocía su actual rostro. También sabía, pero lo callaba, que el General F se encontraba en los primeros lugares de la nómina de La encrucijada, y que haría lo posible para evitar la captura. Mientras el general discutía, daba voces, mentaba madres y nos rodeaban también sus soldados de la 4ta brigada. Manrique se me acercó y me preguntó con discreción; “¿Vio algo raro?” Nada, le dije, al contrario, todo muy bueno. “¿Se quejó o le dijo algo?”, no, mi mayor, nada. 
Cuando F dio la orden de liberar al personal de la casa y consignar sólo a los hombres que habían portado armas o resistido a nuestra entrada, Manrique se acercó al grupo de mujeres y de un jalón desgarró el vestido de la alcahueta. Sobrará decir al perspicaz lector que bajo el traje se hallaba El Guán, quien para acallar su identidad y mantener el anonimato, o quizás por razones que se escapan de mi incumbencia, había recurrido a los últimos adelantos del quirófano y, a excepción de partes muy concretas que pudimos observar, poseía un cuerpo femenino en toda ley. Manrique ordenó su captura y la identificación posterior con métodos científicos validaron su identificación. Unas semanas después el General F fue encontrado muerto en su casa en circunstancias que aún no se han aclarado, ni creo que se aclaren nunca. 
Antes de abandonar la mansión, me acerqué a Manrique y le pregunté cómo había realizado su descubrimiento, si hasta a mí me habían engañado. ¿Fue a partir de la fisonomía, de los datos recabados por la DEA, o por algo que dijo o hizo? En este caso, dijo con una sonrisa de suficiencia, fue lo que no hizo y un refrán popular. ¿Refrán, cuál? le pregunté con extrañeza. Ese que dice, “mujer que no jode, es hombre”. Unos años después, cuando las cosas se pusieron peores, abandoné la corporación y trabajé con Manrique, no puedo decir que fueron los mejores años de mi vida, pero sí los más inspiradores.





*Bogotano nacido en año aciago de 1973. Desde 1998 reside fuera de su país, trasegó por Alemania y España, donde estudió la maestría de Estudios Latinoamericanos de la Universidad de Salamanca, para finalmente residir en México. Nacionalizado mexicano, su primer trabajo narrativo de largo aliento, Tribulaciones de Chinos en Indias, fue galardonado con el premio nacional Juan Rulfo de primera novela 2009, y publicado en el 2011 por Grupo Planeta bajo el nombre de La rosa de la China. Se trata de una novela de aventuras ambientada en la Nueva España del siglo XVII, protagonizada por Catarina San Juan, la china poblana. Su colección de cuentos El final de los tiempos apareció bajo el sello Nortestación en 2012. Su relato Hamburgo en Miércoles fue ganador del concurso literario del 9° Festival Internacional de Escritores y Literatura en San Miguel de Allende 2014. Recientemente fue seleccionado por la Asociación de Escritores de Shanghai para las residencias literarias del 2014.
Ha colaborado en las revistas literarias Letras Libres, Los Suicidas, revista en versión impresa y blog literario, UNI-Diversidad de Puebla y Parteaguas de Aguascalientes. Colaborador habitual del diario El Espectador de Colombia, en versión impresa y blog literario, y de Hebdomadario, en el Diario del Istmo, Coatzacoalcos. Reside en Irapuato, Guanajuato, donde publica una columna de opinión semanal en El sol de Irapuato, y edita la sección La trinca del cuento, de reciente aparición. Es colaborador de Casa de la Cultura y coordina un taller de creación literaria, además del programa de Taller de Escritura Joven de Irapuato.

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