miércoles, 27 de febrero de 2013

CONFERENCIAS 13; Espiritualidad y Diseño, la importancia de los mitos en las formas del diseño

ZyanyaM



Espiritualidad y diseño,
la importancia de los mitos en las formas del diseño*

Semana de diseño industrial
, UIA, 2013
 
 
 


De todos los instrumentos del hombre, el más asombroso es, sin duda, el libro.
Los demás son extensiones de su cuerpo.
El microscopio, el telescopio, son extensiones de su vista;
el teléfono es extensión de la voz;
luego tenemos el arado y la espada, extensiones del brazo.
Pero el libro es otra cosa:
el libro es una extensión de la memoria y la imaginación.

: Jorge Luis Borges
 






Espiritualidad y diseño,
la importancia de los mitos en las formas del diseño*



Semana de diseño industrial
, UIA, 2013
Auditorio Ángel Palerm,
Viernes 1 de marzo, 11:00 am,
UNIVERSIDAD IBEROAMERICANA,
Santa Fe, Ciudad de México, 2013


Borges sabía que toda creación del hombre son sólo extensiones de él mismo. Lo que llamamos ramas del conocimiento son ideas o lenguajes que se concretan en artificios, saberes u objetos materiales; las más de las veces extensiones de nuestros sentidos y nuestro cuerpo. El diseño, como la biología para el microscopio; la astrología para el telescopio, el teléfono para las tecnologías de la comunicación, el arado para la agricultura y la espada para la guerra son simplemente lenguajes conformados por ideas, vislumbres del mundo.

En la tradición de la India, Sanathana Dharma, el hinduismo como le llama occidente, todo lo que nos rodea es una idea materializada y por lo tanto pertenece, aunque nuestros sentidos nos engañen, al mundo de lo onírico; le llaman Maya. La idea no sólo la encontramos en oriente sino también en la poesía y la literatura occidental: “la vida es sueño, afirma Calderón de la barca. Pero de dónde provienen las ideas? Las ideas son acaso la manifestación de lo divino en este mundo dominado por la materia?

    Los ídolos, los objetos de madera o las imágenes de la tríada más popular de la India, Brahma, Siva y Visnú, son sólo metáforas de algo inexplicable e incognoscible. En occidente, los monoteístas lo llaman Yahvé, Dios, Alá pero aún esas palabras, con su carga sagrada (la palabra dios no debe escribirse en la tradición judía por ejemplo) no explican lo divino, afirman los hindús. En la antigua tradición de los gurús —la primera imagen de un yogui es del 2000 antes de la era cristiana y los Upanishads son del 800 a.e.C.—, se habla constantemente de lo divino como una gran bola de fuego, inalcanzable, infinita, amorfa. Algo paralelo encontramos en el pensamiento de místico de los tres monoteísmos, pienso en
Al hallaj el sufí que murió en la hoguera;  en San Juan de la Cruz enterrado en la noche lejos de las miradas o en el Zohar, lectura prohibida antes de los 30 años según la tradición judía.
    Esta espiritualidad asiática, profunda y carnal, indica que del cuerpo y la mente se desprenden ideas, como chispas de una fogata; estas ideas están llenas de energía que termina materializándose. Un poco como el pintor que sueña una pintura, al levantarse tiene unos deseos inexplicables por concretarla (la energía) y finalmente pinta y obtiene un cuadro que nunca se parece completamente a la idea. Para Sanathana Dharma todas las ideas, por más absurdas que sean, al pensarlas se invocan y al invocarlas se concretan. Esta idea tampoco es exclusiva de oriente, Platón en su República afirma que los artistas deben ser expulsados de ella pues al crear, como el gran fuego, distorsionan las ideas esenciales que para el filósofo griego se encuentran todas reunidas en el Topus Uranus. Lo mismo sucede con los artistas en la tradición musulmana. Existe la prohibición de competir con Alá de ahí que la representación de lo vivo esté prohibida, y cuando lo hacen como en el patio de los leones en la Alhambra de Granada los leones tienen un pequeño error; la perfección es coto de lo sagrado.

    El ser humano, dentro de la tradición India, en pequeña escala, funciona igual que esa bola de fuego de la cual se desprenden ideas, pero a diferencia de la gran bola de fuego, las nuestras tienen juicios culturales, morales, éticos sociales y políticos. Nunca percibimos la idea pensada desnuda, siempre la vestimos con nuestra carga cultural que suele estar llena de prejuicios. Empero para Maya, las leyes de la vida son simples y obedecen a ciclos elementales: El sol muere cada tarde y renace cada mañana y de esa ley simple debemos entender que nacemos y morimos muchas veces a lo largo de la vida. Muere la infancia para nacer el joven y lo hacemos gozosos con el primer beso que por cierto es carísimo, pues con él se va la inocencia. Pagamos felices ese beso porque lo que viene nos llena de curiosidad y gozo, no así la mirada otoñal que se acerca a la muerte. Curiosidad infantil, seguimos llamándole a aquello que nos produce una mezcla de alegría, ilusión y ansiedad; pero cuando la madurez muere y nace la vejez lo hacemos apesadumbrados. Olvidamos que el paso de la madurez a la vejez es el mismo oleaje que trajo la juventud después de la infancia, pero nos aferramos a las estaciones de la vida olvidando otra ley simple de Maya todo lo que nos rodea nace, se reproduce y muere. Todo ojo de agua desemboca en el mar. Por eso lo hindús comparan la muerte como un regreso al océano infinito reflejo del universo. Todo diseño tiene también su ciclo y su tiempo.

    Curiosamente la tecnología y su acelerado cambio actual nos permite entender que los sistemas operativos por ejemplo tienen ciclos de nacimiento y muerte. Claro están insertados en una estructura perversa de consumo pero la idea de cambio está sutilmente en ellos.

    En cambio, cuando la cultura occidental en el siglo XIX, basada en un tiempo lineal y apocalíptico que culminaba en un dios, perfecto y eterno, era la hegemónica, la idea de esencia y permanencia se manifestaba en todo. La pintura impresionista, por ejemplo, pretende como la fotografía eternizar los instantes. Piensen en la imagen de esta burguesía decimonónica comiendo en un barco, o en las bailarinas de Degas o en esa impoluta mujer de blanco mirando desde el balcón de Manet, todas esas imágenes pretenden ser instantes robados al tiempo. El ideal de la mujer del siglo XIX mira almidonada la lontananza mientras los caballeros, detrás, protegen. Había en las posturas una idea de permanencia, de que las cosas no cambian.

    Por supuesto, no es el caso de todos los impresionistas. Van Gogh absolutamente incomprendido en su tiempo intuye el siglo XX y la soledad del XXI. La noche llora junto a los seres, la noche estrellada; y el hombre está solo. Pero Van Gogh, adelantado a su tiempo, también intuye las leyes simples de Maya. Permítanme contarles una historia muy linda. Todos conocen el cuadro, la siesta de Van Gogh basado en el Ángelus de Millet.

    Así como la sexualidad anuncia la muerte, la muerte también anuncia la sexualidad. En todas las mitologías arcaicas, e incluso las que prevalecen vivas hasta nuestros días, se repite la misma idea: cuando nació la sexualidad nació la muerte. Todo lo que nace debe de morir, pero la tradición judeocristiana mezclada con los avances de la medicina y convertida en laica en el siglo XIX pretende construir un mundo que parezca eterno. Para ello desaparecen de la vista la importancia de la sexualidad y la muerte. En nombre de la civilización y la alta cultura se reprime la sexualidad y se confina a la familia nuclear (con apellido y propiedad privada), frente a ella sin embargo persisten las escandalosas putas de Lautrec y la vida disoluta de Shiele o los amoríos entre Verlaine y Rimbaud. El olor a muerte también será escondido: los huérfanos se encerrarán en orfanatorios, los viejos en asilos, los enfermos en hospitales y los locos en manicomnios. Pero el siglo XIX no sólo va a aseptizar la vida cotidiana, también intentará "esterilizar" la cultura, sobre todo la de dudosos orígenes, confinándola a los museos.

    "Cuando los hombres están muertos, entran en la historia. Cuando las estatuas están muertas, entran en el arte. Esta botánica de la muerte, es lo que nosotros llamamos la cultura". Con esta frase inicia el documental de Alain Resnais y Chris Maeker, Las estatuas también mueren (Les statues meurent aussi 1953), donde los cineastas defienden la concepción del arte africano, todavía inmerso en lo mítico, en oposición al arte occidental muerto en los museos.
El documental fue prohibido, pues cuestionaba el colonialismo francés en África. Paralelamente a la historia del arte africano se encuentra en pequeña escala la historia de Tláloc y su llegada al museo de Antropología, un día lluvioso un tal 16 de abril de 1953. La anécdota cuenta que fue arrancado de la cantera original donde fue labrado y traído custodiado por el ejército a la ciudad de México, en una estructura especialmente ideada para transportarlo. Los campesinos del pueblo de Coantlinchan se opusieron al traslado, temían que el dios de la lluvia se enojara y las cosechas no se dieran. Después de varias negociaciones la deidad fue transportada y enterrada en el Museo nacional, hoy de Antropología.

El museo es una estructura colonial que pretende con sus colecciones demostrar la superioridad civilizatoria de las metrópolis o de la ciudad sobre la provincia. El museo resguarda, asegura la cultura y se opone al paso del tiempo. De ahí lo incomprensible que resulta para un occidental que la cultura china destruya el pasado, incluso arquitectónicamente, y convierta Beijing en una ciudad moderna. El dolor y el horror que implicó la revolución cultural China sólo es comprensible en estos términos. De igual manera sucedió en Mesoamérica donde cada Tlatoani destruía la pirámide anterior y sobre la primitiva construía una más grande. Idea que permanece en nuestros rituales políticos sexenales (piensen en el Elbazo que al igual que el Quinazo implican destruir viejos pactos y construirse sobre nuevos supuestos). Pero la idea principal detrás de esto es que todo tiene ciclos y todo debe morir para renacer. En China, como en India o en Mesoamérica lo eterno es lo cíclico: la primavera que vuelve y el tsunami que todo destruye. Sin destrucción no hay avance pues en la palabra avanzar está la idea de dejar atrás, de cambiar de piel. De hecho, más allá de los museos, el diseño impuso hasta el día de hoy, la superioridad del ser humano sobre el animal y la del hombre sobre la mujer.

Como el caso de Tláloc, el arte africano, antes del colonialismo, estaba vivo y funcionaba mágicamente como la pintura rupestre, antecedente de todas las imágenes y por lo tanto de todos los diseños. Para qué pintaba hombre viejo, chamán, la cueva? Para agradecer el ciclo en el cual el hombre estaba insertado. El animal ente equivalente alimentaba al hombre, había que agradecerle su sacrificio para la continuidad de la especie humana. Más allá de la cadena alimenticia el hombre antiguo sabía que la vida se alimenta de muerte: tierra (madre de todo) alimenta plantita, plantita alimenta animal, animal alimenta ser humano ser humano debe alimentar algo. Si la muerte implicaba regresar a la tierra entonces el hombre era enterrado en posición fetal (entierros mesoamericanos donde los monstruos de la tierra y el Mictlán no son entidades inferiores), pero si el hombre alimentaba el cielo y el cielo era superior a la tierra entonces se inventa un dios masculino superior. Esa es parte de los fundamentos de un Zigurats, y la lógica fundamental de las columnas, los minaretes y las catedrales medievales en fin todo lo que conocemos como tradición monoteísta patriarcal. Miran al cielo, cual falos surgiendo de la tierra, hacia lo divino (1).

Aparentemente laico el hombre del siglo XIX anhelaba lo eterno convirtiendo las catedrales y los minaretes en edificios y ciudades. No estoy dando juicios de valor, ni decir lo que está bien o mal; sólo quiero explicar como las ciudades y sus diseños hablan de las ideas que están detrás. Pienso por ejemplo en los arquitectos (y discúlpenme si hablo más de ellos que de los diseñadores, pero los conozco más). Los arquitectos suelen enojarse cuando un cliente los limita en sus diseños pero los arquitectos olvidan que una casa es una extensión del cuerpo y el cuerpo se inscribe en la totalidad del mundo.

Permítanme explicar mi idea con uno de los diseños del arquitecto Mario Pani; el multifamiliar Miguel Alemán. Los departamentos hasta el día de hoy son bonitos, curiosos con sus dos plantas. Sin embargo, Pani olvidó que el cuerpo humano no sólo tiene corazón y pulmones (la cocina-comedor) hoguera y aire que respira el amigo y el enemigo, y mente con necesidad de silencio y sosiego (la recámara) sino también intestino (el lugar donde se cierne lo útil de lo inútil y se desecha) esos departamentos no tienen un espacio para tender la ropa ni para lavar un trapo. En cambio, tienen un gran estancia (pulmones donde se convive).

Al principio, cuando los conocí pensé que el error de Pani había sido nacer hombre, pero en los mitos como en los animales ser hombre o mujer no te desvincula del mundo. El problema no es la guerra entre sexos sino los valores que les damos. Así las ciudades hoy, valorando más el mundo de los hombres que el de las mujeres son grandes falos que miran al cielo y olvidan todo lo que nos vincula a la tierra. Para una muestra basta mirar Santa Fe. Urbanísticamente es una metáfora del culto al individualismo, cada arquitecto quiso hacer su gran obra eterna, resultado es inhumana. Además de antiecológicos y de mentalidad colonial, cambiaron los pinos y encinos por palmeras para sentirse en Miami, olvidaron quienes la planearon que las casas, los barrios y las ciudades son extensiones del cuerpo humano y que así como un cuerpo tiene corazón y pulmones, así una urbanización debe tener centro y lugar donde convivir. Cabría recordar que el corazón es el centro del cuerpo, que en los pulmones se sitúan nuestras ideas del otro y que la felicidad, dicen los Hindús está en el matrimonio del corazón con los pulmones, del centro del yo con los otros.



Zyanya Mariana,
México-Tenochtitlán, febrero y 2013

 





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