martes, 24 de abril de 2012

CRÓNICAS MESTIZAS; Gueguigo


ZyanyaM


Como la lengua, como la vida,
toda sangre es espléndidamente mestiza.      
Sólo la muerte es pura.
César Vallejo


Miércoles Santo en Gueguigo, Shiho Takagi



A mi abuela que me decía, 
elige como quieres morir porque así será tu vida, 
ella que murió un 19 de abril de Semana Santa soleada.



CRÓNICAS MESTIZAS; Gheguigo

En la cultura católica conservadora del centro y el bajío del país, año con año, los inocentes insisten que el viernes Santo, a las 3 de la tarde, el cielo se nubla y el día se enluta por la sangre derramada de Cristo; olvidan que es primavera y que Jesús, si existió, era un judío indómito.  Mientras en el Istmo se escucha alegre el grito ¡Cabani señor! ¡Cabani señor!   Y en efecto en plena Semana Santa el señor resucita en los frutos del equinoccio que cada año se convierten en alimento que los vivos comparten con los muertos. 
Es el renacer de la tierra y el mar, ley de vida y muerte que los juchitecos festejan con huevos y flores desde tiempos inmemoriales; cuenta el dominico Fray Francisco de Burgoa en su “Geográfica descripción”.  Añade el cronista y, confirman los estudiosos, que posiblemente el año agrícola zapoteco iniciara un 12 de marzo y terminara el 7, los 5 días restantes considerados nefastos eran tiempo de guardarse y comer frío.  Eso quedó atrás, hoy, el renacimiento mestizo se festeja con comelona en el panteón. 
A diferencia de los hieráticos festejos de noviembre cuando, en espera de nuestros muertos, levantamos en la casa altares de cempasúchil con ofrendas; la fiesta de los panteones en Juchitán es algarabía pura; ritmos profanos y simbólicos se fusionan.  El día de la fiesta bautiza los panteones, a Juchitán el más viejo, se le conoce como “Domingo de Ramos”, y como “Miércoles Santo” al de Gheguigo.  Desde temprano las mujeres, de huipil y enagua, cargan velas, fotos y flores: Gladiolas de todos los colores, azucenas, rosas de castilla guiechachi (rosa) y la incomparable guiexhuba; la flor blanca del istmo que le dio nombre a la ciudad.   

Guiexhuba


En su "Historia verdadera de las cosas de La Nueva España", Bernardino de Sahagún la describe así:  ... esta flor se le llama cacaloxochitl… se hacen en árboles y tierras calientes y tienen muy suave olor.
Bernardino de Sahagún, detrás
el Códice Florentino o
Historia de las cosas de la Nueva España 
En Michoacán se le conoce como Tzutzuki; Sach-nic-té en Yucatán; en español le llamamos flor de mayo (rosa o blanca) seguramente porque, los Franciscanos primero y los dominicos después, vieron el árbol florecer en mayo; yo lo vi en abril.  Quizás, por el cambio climático, las jacarandas y las guiexhuba se adelantan y florecen antes, lo cierto es que en Semana Santa los juchitecos las utilizan, -blancas rosas o pintas-, para decorar las casitas o las enramadas del panteón.  Cuelgan de un lado al otro como guirnaldas y, a veces, son lo más lujoso de una tumba pobre.  Y es que las flores engarzadas parecen collar perfumado que evoca las ropas de alguna princesa Zapoteca que seguramente, en otros tiempos, salía a las calles de su señorío para ser contemplada.  Blanca y mítica, la flor renace cada ciclo como los huevos del cocodrilo, la iguana y la tortuga.  Se identifican, aparecen juntos en los mitos; quizás porque el árbol tiene un tronco rugoso, quizás porque son eternos.  La sabiduría popular afirma que una rama cortada con burdeza basta para que crezca un árbolito; lo sé pues me robé del árbol que decora el atrio del templo una ramita que al sembrarla nombré Aquiles.


Juchiteca en el panteón, sentada junto a sus muertos.
Se acababa de comprar unos aretes de plástico
fosforecente,  mientras hablaba de la importancia de
las tradiciones y nos convidaba comida.
Foto Arturo Santomé
Con la tarde los preparativos mudan en verbena.  Las familias salen de sus casas arregladas de fiesta: traen sillas, focos y guitarras; abren las tumbas y festejan con el muerto; comen pescado y cangrejo, mole; cantan boleros, Alvaro Carillo y sones; beben hasta la mañana.  Mientras la calle principal del panteón y las aledañas se llenan de puestos que venden de todo garnachas, elotes, tamales de Iguana con huevo, huevos de tortuga, cervezas, dulces regionales y regañadas…  Pregunté porque las llamaban así, entre albures y risas, las mujeres contestaron: “Es que están delgaditas porque están regañadas”.  La respuesta no es banal, a pesar de la publicidad y los cuerpos anoréxicos de los medios, la mujer del itsmo adquiere el pronombre Sa, señora, cuando su prestigio y cuerpo crece. 


Juchiteca con Jecapixtle, Tina Modotti
 
Con su peso se asientan en la tierra, son dadoras de vida, sirenas, matronas y comerciantes que desde muy temprano venden, cocinan o transforman los frutos renacidos: huevos de Iguana, collares de flores blancas y Corozos,
 la flor del coyol; esa palma ritual de la región.


El panteón es una ciudad trazada alrededor de una calle principal con callecitas y callejones perpendiculares.  Es una pequeña Juchitán de colores con casitas de un piso, techo colado y rejas.  Las hay de todo tipo pequeñas y grandes, abiertas y cerradas; las más pobres son sólo enramada.  Como en la ciudad la arquitectura del panteón es moderna.  La casa colonial, con patio interior y teja, ha cedido su lugar a las cuatro paredes de hormigón, techo colado y enrejado en las ventanas.  Tiene un dejo de otras ciudades calientes, de Oaxaca a Managua pasando por Villahermosa, donde el trazo urbano, un poco caótico, y las migraciones revelan asentamientos recientes y construcciones hechas poco a poco.

          Algunos puristas, yo incluida, dirán que arruinaron la ciudad colonial, pero cabría preguntarse por qué los Juchitecos tendrían que conservar los restos de la Colonia que les quitó más de lo que les dió.  Alguna vez una argelina me preguntaría, con mucho tino, por qué los latinoamericanos presumíamos tanto nuestras ciudades coloniales que se habían construido sobre nuestro pasado indio y derrotado; era, me decía, como si nosotros los argelinos presumiéramos nuestra tiempo bajo el yugo colonial francés.  Al escucharla supe que todavía nos falta en México mucho por recuperar y amalgamar, mucho por mestizar.  Hoy ya no somos ni blancos, ni indios, ni negros; a estas alturas de la historia somos indias con piel blanca, tocando el piano, y escribiéndole a nuestros amigos correos electrónicos. 



Tehuanas 1922, Tina Modotti
Nuestro pasado indígena es tan ambiguo como lo fue la Edad Media para los Ilustrados.  De esa llamada Edad obscura sólo quedan dos o tres castillos, los demás los tiraron o remodelaron; de hecho si la catedral de Nôtre Dame existe es gracias al esfuerzo de Victor Hugo, -romántico y moderno como Martí y Darío-, que escribió la historia de un jorobado y una gitana para salvarla.
Yo sólo conocí la fiesta del Gheguigo; sin embargo un taxista que nos llevaba a Playa San Vicente me comentó, sin titubear, que la celebración de Domingo de Ramos se pone más buena y más bonita.  No lo dudo es un cementerio más grande, más viejo y está la tumba del gran cacique juchiteco: Heliodoro Charis Castro. 

Don Aquiles y su hijo nos contaron muchas historias del general revolucionario, anécdotas populares que lo recuerdan no sólo como el hombre fuerte de la región sino también como benefactor, que a pesar de no tener estudios, fundó escuelas primarias, técnicas y bibliotecas.  “Todo lo hacía a punta de pistola el General Charis, cuenta Don Aquiles, no sabía leer ni su gente tampoco, por eso cuando entrenaba con ellos en vez de decir flanco izquierdo flanco derecho, decía, lado machete lado moral; y así luchó con Obregón y se hizo General.  Otra cosa que pasó, continuó Don Aquiles pausando las risas, fue cuando vinieron de Oaxaca-ciudad, como el General Charis quería ser Senador le dijo a la gente; se me juntan y van dando vueltas y vueltas a la calle sin dejar de gritar ¡Viva Charis! Si no ya saben.  Y la gente se cansó de tanto dar vueltas y gritar, mientras que los de la ciudad dijeron: sí que tiene apoyo este Charis mira na’ más cuanta gente.” 



Juchitán 1922, Tina Modotti



Los panteones sólo acogen a los vivos los días de fiesta.  Durante el año, a pesar de tener sus puertas abiertas, son inhóspitos, ahí más de un centroamericano, buscando donde pernoctar, encontró la muerte.  Para ellos no hay velas ni flores, ni siquiera rezos, sólo cuerpos sepultados sin nombre: son los olvidados


También pienso que deben abrirse las fronteras para el libre tránsito de los seres humanos, tal como circulan las mercancías y los capitales.  Pues estoy convencida que somos de todas partes, que el origen es hacia donde vamos y no de donde venimos, y que sólo es perfecto aquel para quien el mundo entero, amado y asombroso, es como un país extranjero.

Zyanya Mariana


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1 comentario:

  1. Muy interesante, me gusto mucho lo que dice del cancer y el sida, me proyecte en muchas de sus frases, es algo que le pega mucho a mi tribu.

    Rosario Soberón

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