miércoles, 17 de agosto de 2011

De cantinas inofensivas y machismos reales; LO QUE PASA EN LA CAMA PASA EN LA PLAZA

ZyanyaM

A mi padre, que me enseñó a ser una mujer libre


De cantinas inofensivas y machismos reales, El Mirador

Ha estado circulando en los muros del Facebook un artículo de el Universal,  de Andres Lajous, "los lugares para ser hombrecitos" 
 (http://www.eluniversal.com.mx/editoriales/53877.html), como es del 22 de julio, me sorprende que siga causando polémica.  La nota habla de dos cantinas donde no se permite el acceso a mujeres.  No son las únicas cantinas o pulquerías en México donde no se acepte el "ingreso de señoritas" pero para mí, aunque sea mujer, la Cantina “el Mirador” me trae muchos recuerdos.
Tenía yo 15 años, mis padres llevaban dos años de guerras cotidianas; se estaban divorciando y mi papá quería hablar conmigo, eligió el Mirador.  Era un sábado en la tarde y llegamos.  Por supuesto le hicieron a mi padre los señalamientos de rutina mientras nos invitaban a pasar al restaurante: no sólo era menor de edad, era mujer; pero mi papá era cliente, burócrata al fin y al cabo, y les explicó que quería hablar con su vástago de cosas importantes.  Se estaba divorciando, añadió, y habló con el capitán.  No sé qué le dijo pero nos dieron una mesita en un rincón bien escondida.  Sobra decir que mi papá era mi héroe.  Cuando algún cliente se quejaba los meseros, de chaqueta blanca y pantalón negro, le pedían comprensión:  "Es que le pidieron el divorcio" explicaban, y los hombres solidarios ante la situación aceptaban con una afirmación de la cabeza y detenían el afilado cuchicheo.  Mi padre me llevó a la cantina no sólo para hablar del divorcio, sino para decirme con circunstancia que de "grande" no debía depender de ningún hombre.  Aunque un macho ilustrado típico de su generación, mi padre vislumbraba con el divorcio la situación de dependencia económica de las mujeres y no quería, supongo, eso para su hija.  Nunca me educó como mujer tradicional aunque él viniera de un pueblo y de una familia típica mexicana.  La platica giró alrededor de muchas cosas que no recuerdo, allende una pregunta que sería trascendental para mi  formación.  ¿Qué quieres ser de grande? preguntó mi padre.  Hombre, respondí.  Era casi una respuesta natural, estábamos en una Cantina de hombres, mi papá era mi héroe y las guerras de divorcio me habían enseñado precozmente la vulnerabilidad de las mujeres.  Descubriría con los años que muchas mujeres, en su adolescencia, habían deseado lo mismo, ser hombres que era una manera de ser libres.
Soy mamá de una niña, y ahora entiendo que las cosas son mucho más complejas que la simple igualdad o la equidad de géneros. Existen, más allá de inofensivas cantinas donde no aceptan mujeres, estructuras invisibles que vulneran la realidad cotidiana. Pienso en las violaciones de militares a civiles y el vientre como botín en tiempos de guerra;  lo mismo sucede en el caso de las migrantes que piden soluciones anticonceptivas en su paso por México, hoy las violan y las matan, antes sólo las violaban, explican.   En caso de paz, la virginidad es requerida, aunque los hombres lo nieguen pues la falta de ella produce celos implacables.  Por otra parte la salud y juventud de la joven son requisitos de una buena familia, pues el vientre es la promesa de la continuidad del macho y su apellido.  De ahí el escándalo que provoca que mujeres  se enamoren de hombres más jóvenes.  En caso de abandono de los hijos, si la madre se va es una pecadora irredenta, si el padre huye de la responsabilidad se le justifica: es normal, es hombre. Si divorciados, ellos buscan rápidamente pareja y rehacen vidas sin juicios; si divorciadas ellas deben guardarse, aconsejan las abuelas, para proteger a los hijos y sobretodo a las hijas.  Si ellos engañan, las mismas abuelas te cuentan el cuento de las iglesias y la Catedral, por eso es tan importante ser la esposa que perdona y no la otra que todos señalan; si ellas engañan se convierten en putas, zorras y demás adjetivos animalescos.  Si destacan en un ámbito laboral como mujeres fuertes se les acusa de “malcogidas o lesbianas” si son hombres duros y competitivos se distinguen como ejemplos a seguir.  Lo peor de todo es que las mismas mujeres juegan el juego de los hombres, son las más duras para juzgar a las mujeres. 
Me pregunto si en estos tiempos de fin de ciclo (agotamiento del patrón dólar, decadencia de la cultura occidental, ejércitos de pobres violentados y violentos, crisis ecológica y cuestionamiento profundo a nuestras formas de vida civilizada…), no podríamos proponer formas nuevas de convivencia.  Vincularnos de otra manera con todo; con la naturaleza, los hombres y las mujeres, con el dinero y los objetos, con la materia, el espíritu y los colores de la piel.  Quiero suponer que sí, qué es posible, pero antes debemos arrancarnos los miedos; miedo a perder una civilización decadente, miedo a abandonar lo que ya nos ha abandonado, miedo a crecer y continuar, miedo a nuestros cómodos fantasmas.  En realidad nunca perdemos, los seres humanos venimos a caminar hacía el terruño, que está adelante nunca atrás.
Zyanya Mariana

Agosto y 2011   

No hay comentarios:

Publicar un comentario